Como en tantas otras ocasiones, una idea que llevaba muchos años ahí simplemente cuajó. Fue a raíz de salir a estudiar unos meses fuera. Me encontré con toda una serie de preocupaciones por las que había pasado todo el mundo antes y que yo ni me había planteado, pero que se hicieron obvias: Salía de mi casa y necesitaba una nueva casa.
Después de varios cambios me encontré una noche en pleno cambio de residencia. Llegué al edificio, charlé con la dirección, me informaron de cómo funcionaban allí las cosas, me asignaron una habitación para esa noche y me llevaron hasta allí.
Me encontré en una sala peculiar, con pintas de lugar de paso y unas cuantas camas. Dejé mis pertenencias sin muchos fastos y salí dispuesto a cenar. Por el camino me fijé bien en la distribución, especialmente en los baños, y en el comedor.
Un pasillo estrecho, unos escalones con los que tener algo de cuidado y finalmente una sala no muy amplia llena de mesas y sillas. Me fui directo a la que tenía mejor pinta y después busqué cené tranquilamente.
Al acabar volví a la habitación. Seleccioné una cama de mi gusto, con vista directa a la puerta, localicé rápido ventanas y enchufes, charlé por teléfono con la familia y me quedé allí solo, pasmado.
Aseo, comida, lugar de descanso. Con las tres necesidades razonablemente cubiertas pude dormir bastante bien.
Sorprende a veces lo simple que es la vida.
