El caso es que un día un personaje estrafalario se presenta en la puerta de tu casa y te cuenta una historia… Tan extraña que de no ser por las 3 botellas que te has pimplado mientras te la contaba jamás de los jamases te ha habrías tragado.
Resulta que tú, bajito, zoquete, que no sabes ni cómo funciona una puerta. Tú eres el elegido para, en resumidas cuentas, salvar al mundo. Que oye, por peligroso que suene, ¿a quién no le gusta ser el héroe alguna vez en la vida?
Vas a hacer un viaje tremendamente largo, acompañado de personajes a los que ni hola les dirías en condiciones normales. Lo vas a pasar mal y lo más probable es que mueras, o si tienes mucha suerte, que quedes herido de gravedad. Hay alguna posibilidad, de que salgas bien, pero sinceramente, es remota.
En esas te encuentras tú, con tus pantuflas descosidas, tu pijama con un siete en la entrepierna, sin haberte aseado en dos semanas, ante la razón de ser de tu vida y piensas en voz alta:
— ¿Y exactamente qué tengo que hacer? —
— Tirar un anillo al magma —
Te metes un dedo en la oreja, lo sacas con cera asquerosilla y reflexionas, de nuevo en voz alta:
— ¿Y qué tiene de especial? —
— Te hace invisible por un instante y a la vez el Mal se va a a fijar en ti e iniciará tu caza —
—¿ Y nada más? —
— Sí, bueno… no, básicamente nada más. —
(Poco convencido)
— Muy bien, vale, acepto —
Y tan pronto como el extraño se fue de casa, yo, sin saberlo aún, el predecesor de Frodo busqué la casa de mi peor enemigo y, en su letrina, tiré el dichoso anillo.
Este relato participa en @Divagacionistas y sus #relatosAnillos.