Me fascina, y si no hubiera un riesgo nada despreciable de lesiones graves, diría que me gusta. Hablo del boxeo, pero no lo voy a hacer de su arbitraje.
Una disciplina en la que dos personas, en un marco regulatorio claro, combaten p̶̶̶o̶̶̶r̶̶̶ ̶̶̶v̶̶̶e̶̶̶r̶̶̶ ̶̶̶q̶̶̶u̶̶̶i̶̶̶é̶̶̶n̶̶̶ ̶̶̶e̶̶̶s̶̶̶ ̶̶̶e̶̶̶l̶̶̶ ̶̶̶m̶̶̶e̶̶̶j̶̶̶o̶̶̶r̶̶̶,̶̶̶ ̶̶̶e̶̶̶l̶̶̶ ̶̶̶m̶̶̶á̶̶̶s̶̶̶ ̶̶̶f̶̶̶u̶̶̶e̶̶̶r̶̶̶t̶̶̶e̶̶̶ por dinero.
Con una duración determinada, unos criterios relativamente claros de finalización y unos (y unas, que ellas también compiten) intervalos de peso estrechos, debería primar la igualdad.
Pero muchas veces lo que hay son son unas diferencias muy claras, que me resultan intrigantes. Afecta la complexión física, la envergadura, la precisión de los golpes, la fuerza más allá de la musculatura propiamente dicha, el ritmo, la fortaleza mental… y la resistencia.
El combate se para (que me perdonen los puristas) si uno de los participantes acumula un daño tal que le impide continuar o que compromete su salud. Aquí interviene la resistencia, la visible y la invisible.
Como resultado de la contienda a veces un rival ve alteradas sus funciones motoras, pierde coordinación o directamente la consciencia. A veces resulta complicado saber cuál fue el golpe definitivo o a partir de que momento el daño es real. La resistencia parece invisible.
Otras, sin embargo, a partir incluso de un golpe fortuito (como un choque de cabezas, o un arañazo en un pómulo) algo se rompe y empieza a sangrar visiblemente. Aunque tal vez no tenga mucha importancia, por ejemplo, puede derivar en un combate que se vaya tiñendo de rojo, un rojo que salpica y lo impregna todo, un rojo vivo y a la vez sucio. Sangre, sangre al fin y al cabo, con todo lo que ello supone y con lo que impresiona. Esa es la resistencia visible.
Por mucho que la conozcamos, todo lo altera y condiciona. Es sorprendente el poder de la sangre.
Esta es mi segunda intervención del mes para @divagacionistas , mi otro #relatosSangre.
