No fue el estrés, ni el calor, ni tan siquiera el viento que me atravesaba. En apenas un instante pasé de estar bien a ser consciente de que me estaba dando una migraña de las mías.
Con la tranquilidad que da haberlo pasado en otras ocasiones, lo comenté entre mis allegados y enfilé hacia casa.
Una como tantas otras, la última.
Al llegar procuré cerrar el mundo.
Luces apagadas, persianas bajadas, silencio.
No deja de llamarme la atención la importancia que tiene la luz en todo este proceso. Con ella no hay descanso o desconexión. Su presencia es vida y obliga a moverse e interactuar.
Pero cuando te pasa una cosa de estas precisamente lo que quieres es la oscuridad, la nada, la pausa. Que la percepción se altere y el tiempo pase aunque no lo midas.
Me tiene gracia que en estas situaciones soy consciente de que la persiana no baja de todo, deja una pequeña rendija del lado derecho. O que la puerta del baño baje más hacia el extremo. Ambas cosas dejan pasar un mínimo halo de luz, suficiente en esos momentos.
Un rato después toca volver. Aún a oscuras y en silencio, pero ya buscando el contacto, suave, moviéndome entre las sombras.
¿Cuánto tiempo habrá pasado? ¿Cómo me encuentro ahora? ¿Qué puedo hacer?
Estas breves líneas constituyen mi #relatosLuz , mi participación mensual en @divagacionistas . Espero que os guste.