Me ha dejado a cuadros este tema. No me salía un hilo que desarrollar y curiosamente tampoco recuerdos que contar. Así que lo que sigue es precisamente eso, lo que falta.
Mucho me marcó el colegio. Probablemente soy como soy por cómo descubrí el mundo allí. Pero lo que sé de ese día es por lo que me han contado en casa.
Durante varios años mis fines de semana no se entendían sin montar en bicicleta y en este caso sí tengo más sensaciones que recuerdos. Quién me ayudó, donde fue, con que bici fue… pero ni la edad, ni la época del año, ni prácticamente nada más.
¿Qué decir de mi primer partido de fútbol? Sé seguro quién me llevó y creo que me aburrí como una ostra. Lo que no podía ni imaginar es que unos años después se convirtiera en una de las cosas más importantes de mi vida, de las que no tienen relevancia.
Con el baloncesto es, si cabe, más sangrante. El club de mis amores cambió de cancha cuando rondaba yo los 13 años, y en el espacio que deberían ocupar esos primeros hay un vacío inexplicable. Sé que estuve, y tengo algún destello, pero nada más.
Tampoco recuerdo mi primer libro, y no concibo vivir sin leer.
¿Y del mar? ¿Qué rayos me pasaría esa primera vez para que desde entonces me alegre con sólo acercarme? Algo bueno, seguro.
Supongo que uno no es consciente de la importancia que van a tener ciertas decisiones en su vida y por eso no las disfruta esa primera vez como, tal vez, deba.
Esta moñería participa en el #relatosEntrada de diciembre . Espero que os guste, Divagacionistas
