Llega un momento de tu vida en el que, frecuentemente sin previo aviso, te encuentras atraído por otra persona. De algún modo despierta algo en ti y te llama, tanto que la empiezas a ver de otra manera. Buscas… supongo que ver a dónde llega eso. Comienza entonces una fase de tonteo. Muchas veces pasa de ti y tienes que decidir si te compensa dejarlo estar o intentarlo más seriamente. Conozco a quien en esta situación de negativa clara se motiva y lo afronta como un desafío. Es más, conozco quien disfruta con todo esto. Bueno, también conozco a quien le gusta la pizza, y los gatos, de todo tiene que haber.
En algún momento, alguna vez, te vas a encontrar que esa otra, sea quien sea, se encuentra como tú, tanteando un poco la situación. Si me lo paso bien intento seguir, si no el típico “es que yo pensé” “pues yo jamás en la vida contigo”. Supongo que a todos nos ha pasado que nos dejemos los dientes… o que nos salga bien.
Llegados a este punto en el que, anda, me gusta y parece, pero no estoy completamente seguro, que le guste el tiempo apremia y la duda debilita a cualquiera llega el momento de salir de dudas, de arriesgar. Si te sale mal, unos meses de dentista (pues ya duele mucho más) y llamadas desconsoladas al amigo de turno. Pero ¿qué hacer? Supongo que la opción más habitual es el pico, nuestro protagonista.
Te acercas a esa persona, superas esa barrera de distancia de la amistad y tratas, a veces bruscamente y otras con toda la lentitud y miedo del mundo, acercar tus labios a los suyos y deseas con todas tus fuerzas que no se aparte. Cuando pasa la primera vez, cuando contactan, imagino que cosas de la juventud, la reacción es separarte, mirarla, sonreír y volver a acercarte (a acercaros, ambos) hasta completar lo que ya es un beso con todas las de la ley.
Es curioso porque lo que significa es abrir toda una puerta a momentos de felicidad.
Este es mi primer #relatosPicos para @divagacionistas
