13 de abril del 18

AlbertoR
2 min readMar 28, 2022

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Sucedió casi a mediados de abril, un 13. Viernes aunque debería haber sido un sábado por la tarde, o incluso un domingo por la mañana. En el exterior era ya noche, fría para esa altura del año, con llovizna intermitente, desapacible en cualquier caso. Contrastaba con un interior caluroso y con una luz intensa.

Era el día, pero no se notaba la tensión de otras veces de que podía acabar en fracaso. Tal era la situación que de no salir, se podía lograr una o dos semanas más tarde.

Tuvo lugar en el pabellón municipal local. Una instalación deportiva de aproximadamente tres plantas de altura, con un anillo superior con grada fija, y otro inferior retráctil, para un aforo máximo de unos 5.300 espectadores. Acotando más, apenas unas filas por encima de la separación entre gradas, hacia el centro, en un punto que no es mío, pero casi.

Es un lugar en el que sus propiedades varían según su ocupación. Si es baja se convierte en una nevera grande y desangelada, hostil para el local y favorable para el visitante. Por el contrario si es media o alta se vuelve una caldera de la que es imposible evadirse, que brega a favor del equipo de la casa y que determina y decide resultados deportivos. He sido testigo de ambas circunstancias muchas veces y, con todo, no deja de sorprenderme que el mismo escenario ofrezca dos caras tan sumamente distintas.

Aquella noche lucía sus mejores galas y no era para menos.

Con él, a quien tanto debo. Pese a su habitual falta de tacto, en este asunto tuvo toda la delicadeza y paciencia del mundo. Me lo enseñó y permitió que, a mi ritmo, fuera acercándome hasta sentirlo como algo propio.

Ese día estaba rodeado de una multitud y a la vez solo con él, porque era lo justo y especialmente porque era lo que quería.

Creo que no había pasado ni un mes desde el gran susto y sus posteriores días interminables. Tiempo de sobra para valorar cada pequeño logro como un momento extra de felicidad, y no estábamos como para derrocharlo.

Y pasó. A medida que el partido, complicado y duro, se fue inclinando a favor me fui acercando más y más a el, hasta abrazarlo con cuidado poco antes del final y convertir la fiesta del ascenso en un efímero aunque bien disfrutado momento en el paraíso.

Este relato participa en el #relatosParaísos de Divagacionistas de Marzo.

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Written by AlbertoR

Desde las sombras todo se ve más claro

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